Pastoverde08


Parménides: el Epicuro rabioso

Hace 25 años, el 19 de septiembre de 1982, murió Parménides García Saldaña, uno de los protagonistas de la llamada “literatura de la Onda”. Autor de culto, lo recordamos con este texto y fragmentos de dos de sus libros.
22-Septiembre-07

Diógenes, Epicuro y Parménides. Pero no hablaremos de filosofía griega, sino de Pasto verde, ópera prima y testamento literario del escritor Parménides García Saldaña (1944-1982), que eligió a Epicuro como nombre del protagonista de su novela, que fue publicada en 1968 por la editorial Diógenes. Una concatenación helénica que nos sirve para conmemorar en forma de tragedia (griega, of course) al autor veracruzano, cuando se cumplen 25 años de su muerte.
De escritura arrebatada, la lectura de Pasto verde debe digerirse lentamente para no atragantarse con unos párrafos deslavazados que componen una trama inexistente. La descuidada construcción psicológica de sus personajes y las incoherentes elipsis espacio-temporales hacen que, más que una historia, Pasto verde evoque una atmósfera desquiciada y humeante. Su mayor interés reside en la innovación estilística que supuso su narrativa, paradigma de lo que vino a llamarse “literatura de la Onda”: valemadrismo ortográfico, gramática que recoge las formas orales del caló arrabalero, construccióndefrasessinseparacióndepalabras, invención de neologismos, abuso de onomatopeyas, híbrido lingüístico precursor del spanglish; su carácter caótico puede ejemplificarse en un solo párrafo, en cualesquiera de ellos: “Generado por los recuerdos de Xoliquetzal Coatlicue Diosa vernácula de burros andantes que despacio escalan montañas donde el silencio es mi cólera abierta a tus pechos globos circundantes a tus muslos” (p. 23).

Novela de influencias beatniks no disimuladas, narrada en espiral, sin principio ni final; su fuerte carga simbólica refleja la realidad de un efebo lumpenburgués de la Narvarte que se relaciona con las bandas suburbiales al mismo tiempo que puede acceder a los lujos de la clase acomodada, incluyendo estancias en el extranjero; el protagonista evoca sus experiencias en los guetos negros de Nueva Orleáns, ciudad donde García Saldaña estudió en la Universidad de Baton Rouge. Y es que no hay duda de que el Epicuro de Pasto verde resulta un trasunto de su autor, que utiliza la literatura como instrumento catártico, con el que se desenmascara frente a sus dioses, representados por las mujeres y la familia, para idolatrar otros nuevos: el rock y la mota.

La evocación al consumo de marihuana es menos elocuente en sus personajes que en el propio autor durante el proceso de creación; el título de Pasto verde es una clara alusión a la cannabis. En sus viajes de tetrahidrocannabinol, Parménides imagina a su protagonista en diversas situaciones oníricas: candidato a presidente municipal, estrella de rock o allegado a Porfirio Díaz. Incluso se permite que su Epicuro se confunda con su tocayo helénico, filósofo del hedonismo: “Mientras existimos la muerte no existe y cuando la muerte existe ya no existimos nosotros” (p. 88). Sin embargo, el epicureísmo de García Saldaña supone una interpretación oblicua del hedonismo, corriente filosófica que abogaba por la obtención de la felicidad a través de la tranquilidad del alma y la prudencia como más preciada virtud. El Epicuro de Pasto verde se aboca a la frenética búsqueda de pasiones incontroladas, marcadas por tormentosas relaciones afectivo-sexuales, reventones en hoyos funkis y el consumo desaforado de drogas. “El muchacho atascado de problemas, el muchacho incomprendido, el muchacho con ansías de heroicidad”, de esta forma describe García Saldaña al joven de la Onda, al que identifica con el personaje de Marlon Brando en la película El salvaje (1955).

La onda corrosiva

Después de Pasto verde, el escritor publica El rey criollo (1970), un libro de cuentos con una temática común: las chaquetas mentales de unos jóvenes urbanitas respecto al amor y el sexo; En la ruta de la onda (1972), ensayo del desencanto con un prisma más sociológico que literario, y Melodía (1975), malogrado poemario con pretensiones de cancionero. En aquellos años, García Saldaña colabora en varias revistas musicales y suplementos literarios y, junto a Juan Tovar, realiza el guión de Pueblo fantasma, película que nunca llegó a rodarse.

Paulatinamente, su actividad como escritor se va diluyendo en su propia enajenación; pasa una temporada en prisión por tránsito de drogas, y bajo tratamiento psiquiátrico por su conducta agresiva. Mientras el filósofo Parménides de Elea defendía la racionalidad del pensamiento frente a la perversión de los sentidos, García Saldaña da rienda suelta a éstos, con los que percibe perspectivas psicodélicas que acaban por aislarlo de su entorno social. Como el sátiro trágico, Parménides enloquece por el abismo existente entre la realidad cotidiana y su interpretación dionisiaca. En su ensayo En la ruta de la onda compara los festivales de rock con celebraciones eclesiásticas: a los conciertos les llama misas; a los músicos, grandes sacerdotes, y al público, feligreses. Parménides —profeta sin discípulos— reniega de sus ídolos, los Rolling Stones, de los que vaticina que acabarán vendidos al establishment. También augura que la revolución hippie no será más que una revolución burguesa; transforma el término jipiteca en jipifresa o hippie-flower. Parménides prefiere el discurso incendiario de Malcom X al pacifismo meloso de Luther King, la invocación al sexo obsceno de Mick Jagger que la ternura amorosa de The Beatles. Poco a poco, la mordacidad de su conducta —de Epicuro rabioso— le acerca a la misantropía de Diógenes, filósofo del cinismo que abogaba por la destrucción de las polis griegas y la supresión de los conceptos de nobleza y reputación. En esta línea apocalíptica, García Saldaña alude en sus últimos artículos al incipiente movimiento punk que empieza a introducirse en México con bandas como Size o Sacudobotas. La onda son los excesos, la onda es hacer lo que uno quiera y punto y ya o la onda soy yo son algunas de sus definiciones que lo entroncan con la impostura punk (“Hazlo tú mismo”) que enarbolaron los Sex Pistols a finales de los setenta.

Allegado periférico de los infrarrealistas, alumno desaventajado del taller de Juan José Arreola, conocido en el ambiente de las bandas juveniles (y sus pleitos) sin adscribirse nunca a ninguna de ellas; como no podía ser de otra forma, el escurridizo García Saldaña se identificó con un movimiento literario del que, a la sazón, acabaría siendo considerado único miembro: la “literatura de la Onda”, término acuñado por Margo Glantz para etiquetar a una generación de jóvenes escritores que supuestamente compartían el uso de un mismo lenguaje coloquial y el recurrente “sexo, drogas y rock-and-roll” de sus temáticas adolescentes. Se trataba de una literatura despojada de solemnidad, lo que le valió ser calificada como “payasa” por Juan Rulfo. En Onda y escritura en México (1 971), Glantz recopila narraciones de varios autores, entre los que se encuentran José Agustín, Gustavo Sainz o el propio García Saldaña. Mientras éste manifestaba sin pudor que la onda era él, el resto de escritores catalogados acabaron renegando de la etiqueta que les hizo abrirse un hueco en la jungla literaria.

García Saldaña acabó sus días aquejado del Síndrome de Diógenes, desorden del comportamiento que se caracteriza por el abandono personal y el aislamiento de los que la padecen. La candidez del rebelde adolescente se convirtió en la imprudente temeridad de un adulto que ni supo ni quiso hacerse mayor a tiempo. Murió solo en su cuarto, quién sabe si de una pulmonía mal curada o el último pasón de un suicida involuntario. Fue el 19 de septiembre de 1982, justo tres años antes de que un terremoto asolara la Ciudad de México. De alguna forma, García Saldaña también quiso derrumbar los cimientos mentales de su momento antropológico. Pero sólo encontró su propia destrucción, el pathos de la tragedia griega, la caída en desgracia del héroe fustigado por la diosa Némesis, castigadora de la desmesura.

“El autosacrificio del héroe a cambio de la salvación de los demás”, escribió García Saldaña en su ensayo sobre la Onda. Un cuarto de siglo después, mientras su amigo José Agustín —Pepcoke Gin en Pasto verde— publica sus obras completas en la multinacional Random House, la novela de Parménides contiene las características de una obra de culto: autor muerto, maldita, suburbana, mitificada por una minoría, difícil de encontrar hasta en las librerías de viejo…

Escribió Epicuro, el hedonista: “Una conducta desordenada se parece a un torrente invernal de corta duración”. Así vivió García Saldaña, y así lo reflejó en Pasto verde, novela empírica que la fatalidad convirtió en su autobiografía prematura.


Pasto verde (Novela)

Aprende a no soñar ve al servicio militar aunque sepas que contra nada tienes que pelear estudia toda la vida para que termines en una oficina dile a toda la gente que sí es más conveniente un puesto de médico en el seguro que andar de agitador […] es mejor decir que Morelos está muerto y que su espíritu vive en nosotros a decir que los ideales de Zapata para nada se cumplieron. (p.78)

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Bueno, las palabras se confunden, yo pertenezco a la escuela de que no te importe nada ni nadie, pero si un mendigo te pide un diez, dale un veinte. (p.88)

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Yo no iría a manifestaciones a gritar yankees go home, digo, creo que las revoluciones se han hecho en las montañas, pero yo sólo soy un vil rocanrolero. Digo, yo no haría nada por nadie, yo no nací para pastor. (p. 88)

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La gente fresa cuando platica lo quiere hacer de mucho estilo pero nada le quita que sea pura pinche gente analfabeta Pero entre los botones nena vamos a pasar la noche juntos (oh oh oh oh acabo de fusilar una frase de los Rolling Stones oh oh oh oh). (p. 20)

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Porque la noche está tranquila, porque no hay memoria, porque no se puede seguir viviendo a tientas, porque todos los días hay que amar, en eso reside la esperanza, sin amor la vida no es nada, no es calma es ruido, no es armonía […] sin amor la gente vive dentro de aparadores de acero, usa lentes negros, máscaras y trucos con la vida, y yo ¡Sofía que sólo estoy! (p. 110)

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Ya os veo con todas vuestras diabólicas danzas entre el excremento el lodo y la lava, a todas vosotras seres miserables que os dejáis llevar por vuestra lascivia, perdidas, por vuestra asquerosa carne, ved, ved, tentando al hombre con vuestra putrefacta carne, descaradas, degeneradas, pervertidas, fuera de este templo, fuera de este templo, Dios vedlas, ved a las corrompidas, fulmínalas que tu ira caiga sobre ellas, ya os veos hechas cenizas… Un relámpago cae sobre el predicador, un relámpago psicodélico, todas las nenas aplauden ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo! (p. 34)

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En el cuarto de paco leyendo en voz alta el nocturno a rosario grabando el poema en una tape record (this means grabadora) me oigo oh genial genial eres un genio eh Maese Epic Aris you are the one little spick the one this fuckin´ whole world you´re you really are, listen your voice kid, wow, wow, wow, tigre wow, wow! Después de esta pausa de autoaplausodejoelnocturnoarosarioycojo una novela de MIKE HAMMER y le trituro las costillas a patadas llega Círculo Vicioso y nos ponemos dizque a rocanlear… (p. 57)

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¡Muslos a muslos! ¡Delirio de corrientes espermatozoicas! ¡Delirio de sociedades anónimas sobre tu ombligo! ¡Tus ojos cayucos! ¡Tus dientes lanchas! Ah ah tus pechos arrobas en la mano ingenua del provinciano Marqués de Oaxaca Solsticio detenido pasajero tren de noche y día Equinoccio marsupial rendida a Tezcatlipoca Xóchilt Néctar serenado apagadora de mi fuego lento lento desorbitado calmado inodoro siempre un sol un sol en llamas llameantes ecuatoriales machupichuianas campanas sórdidas ocultas en el agua en el elemento en el principio. (p. 23)

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Cuando estás solo, cuando estás solo vas a la casa de Sadito donde están los amigos y cuando llega Beach Boy te dice tranquilo maese que ando eles y ves que Otistlán II por el jardín está gritando ¡qué elevación, qué elevación! Howl en un rincón ¡no me hablen no me hablen que me di un pasón! Lucy in the sky witk diamons Y tú estás viendo flores de cristales multicolores en el aire cuando el Flaco Nervioso está en un sillón atacado de la risa… (p. 140)

El rey criollo (Cuentos)

Todos admiramos a Presley, a Elvis Tulsa Presley. Es un fregón cantando. Y además bien carita, digo, cualquier vieja da las nalgas por él. Y Elvis canta y baila como nadie. No hay duda que es el jefe. Un chingón y todo. (“El rey criollo, p. 163)

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Los de Quemada en fila india, perfectamente malhecha para que los Gatunos no se dieran cuenta de que los chingadazos los estaban esperando, cerca de la escalera, y cuando Los Gatunos venían en bola, cerca de la escalera, y cuando Los Gatunos venían en bola, la Marrana se adelantó, el güey se cayó al suelo bien bonito, chulo, divino, encantador. (“El rey criollo, p. 162)

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Unas mujeres iban y venían entre las mesas, esperando que alguien les hiciera una seña, o que alguien, cogiéndolas de la mano o de las nalgas, las invitara a sentarse. Los mesros, tipos de pestañas enchinadas con rimel, blusas floreadas, pasos menudos, quitaban y ponían vasos y botellas. El conjunto de rumba tocaba: goza la vida goza como hago yo goza la vida goza goza goza… (“Aquí en la playa”, p. 137)

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Ayudarla a dejar esa vida es un acto moral de trascendencia. Un acto generoso que muy poca gente, muy poca gente se atrevería a llevar a cabo. A nadie le interesaba una prostituta (…) Sí, sí, sí, ninguno de los pendejos que comían en el restorán harían nada por ella. Sólo humillarla, verla de reojo como ahora. Y a él criticarlo: “ya viste a ese muchacho con una de ésas” o algo así, pero no eran capaces —porque en realidad era un problema de capacidad moral. (“Aquí en la playa”, p. 149)

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Y caminaremos todas las noches durante dos semanas, hablando del futuro, imaginándolo, inventándolo. Nuestro brillante futuro. Seremos ricos, famosos, gente de éxito. ¿Acaso no tenemos esa oportunidad? Tenemos dinero para divertirnos por las noches. Yo tengo tiempo para terminar mi carrera. Tú tienes tiempo para hallar un hombre que te dé una vida espléndida, eres bella. Lo tenemos todo. (“En noches como ésta”, p. 100)

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—No sé que decirte. Sí quiero ser tu amante. Por eso salgo contigo, pero no sólo quiero acostarme contigo.

—Entonces, ¿qué quieres?

—No sé, me gusta salir contigo. Pienso en ti. Es que no sé. Al principio pensaba sólo en acostarme contigo. Porque eres una señora, por tener la experiencia. Pero ahora sé. Te estimo. Pero… tengo miedo, no sé de qué… (“El encuentro”, p. 123)

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Tanatodamadreplanqueteníanypordospendejosselollevabalachingada. Llegando a la casa, unos drinks, y ya que estuvieran medio alumbrados, las viejas cachondas por los alcoholes en el cerebro, a bailar, un faje sabroso (mamacita, pero mira nomás qué bien te has puesto, ¡sabor!), guapachoso, y todos al box-spring, él a gozar guapachosamente a Almita, con sabor a mamaíta. Todo así de perfecto y de chingoncísimo. Pero no, el plan se había ido a la chingada por la puta pendeja adornada. La otras, si ellas no jala, nosotras no podemos, no aguanta ¡Pendejadas, pendejadas, flaco! (“¡No te adornes! ¡No te adornes!, p. 54)

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Las mujeres no eran como el álgebra. Hello emptiness. Eran una incógnita, casi no tenían solución. I feel like could die. A+B=C. My love good bye, good bye, good bye […] Si las cosas del amor se resolvieran tan fácil como las ecuaciones de álgebra. Si el amor se estudiara en libros. Porque él era A y ella era B y el resultado C era el amor; pero, ahora, los factores habían cambiado. B era la incógnita a despejar. B=X. A+B=C. A=Jaime. C=Amor. B=X. (“Bye bye Love”. p. 26).

Paco Inclán
Fuente original: